miércoles, 24 de febrero de 2010

Un caracol con patas.

En un prestigioso laboratorio del sur de España, mediante pruebas con mutaciones de varias especies animales, engendraron un caracol con patas. Pero tenía el problema de que corría demasiado deprisa.
Resbaloso y veloz; se escapó y aún andan buscándolo por los mundanales de Dios.

Banda de pasacalles.

Era una banda de pasacalles de mediana calidad, con repertorio reducido, cuyos músicos eran tan animales, que la tarea primordial del instrumento no era otra que la del cencerro.

Una amenaza de muerte.

Apuntaba con una pistola a su marido, amenazándolo de muerte.
Mientras a él, le dio tiempo de advertirle: -¿Si me matas, contra quién vas ha cargar las culpas del vivir cotidiano?
Ella accedió a la reflexión, en un sensual ejercicio de ablande.

Mi universo.

Fui creado en un universo, distinguí un mundo, tropecé con un continente, elegí un país, opté por una ciudad, construí una vivienda, ocupé una habitación, conecté Internet y te conocí a ti.

Chupacirios.

Era un chupacirios, más nadie lo creía porque su heterosexualidad era pública y notoria.
Nadie lo vio jamás en ningún templo. Nadie supo de él que hubiera sido Monaguillo, cura, ni obispo.
Sin constancias ninguna de que hubiera recibido los sacramentos del bautismo, primera comunión, ni matrimoniales.
Él en su más completa intimidad, lamía cirios. ¡Y Punto!

La luna que explotó.

Aquel científico llegó a la conclusión, de que las estrellas eran restos de una segunda luna que hace mucho tiempo explotó. Su teoría me pareció poco menos que estrafalaria.
Al indagar en su vida, me enteré que estuvo casado con dos mujeres a la vez.

Sin querer la escriben.

Hoy por fin, comencé a descubrir la tercera cara de las hojas del papel. Ahí tan disimuladita, fruncida y plisada; justo en el lateral de las dos conocidas. Aquellas que raro lector lee y que todos los escritores sin querer la escriben.

Arte contemporáneo.

Era un tontón tirando de un palillo de piruleta, que estuvo levitando sobre una tela de araña y esta a un pico de leña.
Agarrado a él, había un hilo atado a una tontubería aparentando un mástil en el interior de una cáscara de pistacho que se figuraba un barquito de vapor.
Un Tintín rellenaba la tontubería con un rastro de canaleta y tomaba el timón hecho de rollitos de papeletas.
-¡Pronto, rumbo a la deriva!- Exclamó el tontón.
-¡A tus órdenes!- Acometió el tintín.
La araña accedió.

¡Qué vergüenza!

Hubo una vez un DIU que enganchó a un pene en una relación muy indecente.
Después de la operación para separarlos, los familiares de ambos fueron a visitarles.
¡Qué vergüenza!

Miedo atroz.

Todas las noches me entra un miedo atroz, hasta el punto de creerme que en cualquier sombra, hubiera las más terribles criaturas venenosas.
Cada mañana, recién levantado, encuentro que ya no están. Pero se confirma mi sospecha cuando miro y encuentro pellejos de víboras, excrementos de serpientes, y hasta lazos atrapa reptiles.

Arreglo mecánico.

En cuanto coincidieron, se compenetraron.
Ella profunda y resbaladiza, él amargo, erguido y caliente.
Ha tenido que hacer multitud de zigzag para penetrarla hasta el final.
¡Vaya! ¡He vuelto a olvidar la arandela!

¡Arriad las velas!

-¡Arriad las velas!- Ordenó el capitán.
Los marineros tomaron las velas y las tiraron al mar.
-¡Estáis locos!- Replicó.
Los marineros corrieron todos a la enfermería.

Un Gusanomio cuentista.

Era buena práctica aquella del Gusanomio cuentista, que su creación la inflaba y desinflaba como globos hechos de un chicle.
Finalmente la redujo a un bello y escueto Microrelato que decía: “Era buena práctica aquella del Gusanomio cuentista,…”