lunes, 14 de junio de 2010

Matar el Rato.


A cada vez que deseo matar el rato, moribundo y picardeado este, elucubra quién sabe qué nueva maquinación en mi contra para seguir sobreviviendo.

El Bebé.

Al bebé le han regalado un osito de peluche; Ojos saltones, boquita alegre.
En su juego, enloquecido lo toma y lo retuerce, lo colma de zarpazos y con un torpe y súbito abrazo se lo coloca estremecido a su costado.
<<¡Llegó la hora del baño!>> Le exclaman, y el nene arruga su frente y comienza un caluroso llanto. La madre piensa: Tiene hambre.

Estrés capital.

A pesar de mi buena vida, el desplazamiento de mis sentidos produce en mí un estrés capital:
Tengo mis ojos abarrotados de melodías, mis oídos inundados de perfúmeles, mi nariz sonrosada de tocar, mi piel colmada de manjares, y mi boca repleta de paisajes.